Para nosotros que creemos en Cristo y creemos en su resurrección, es un domingo extraño. No podemos reunirnos ni podemos celebrar juntos, con veladas, almuerzos y nuestros cultos en el templo. No obstante, eso no nos quita el derecho de poder celebrar que Él vive. Que la muerte no pudo con nuestro Señor. Pablo escribió: «Sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de Él» (Romanos 6:9), nos da esperanza para seguir adelante, pues aunque no podemos estar juntos fisicamente, estamos juntos espiritualmente, celebrando la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Es un momento de alegría y regocijo. Anteriormente los apóstoles fueron los testigos de que Dios había resucitado a Jesús. Hoy nosotros somos los testigos. Todos aquellos que han entregado su vida al Señor de señores, que han recibido una nueva vida por medio del Autor de la vida, son testigos de la resurrección de Cristo, pues Él ahora vive en sus corazones. Quien se entregó por nuestros pecados y murió por nuestras ofensas, ahora nos da vida por medio de Su resurrección.

¡Alabado sea nuestro Dios, quien por medio de Jesucristo resucitado, nos justifica!